La primera página y el último deseo.

Reflexiones por el mes de los fieles Difuntos.

Por Freddy Parra.

En mi afanado gusto por la lectura, cuento con un catálogo basto de autores que me acompañan en mi ruta de aprendizaje, autores que plasmaron obras maestras de historia, geografía, religión en papeles apilados y encuadernados para mayor deleite de quienes acarician sus hojas. En mi pequeña biblioteca, hay libros nuevos, otros un poco usados, bueno, muy usados diría yo y lo que les hace aún más interesantes es la duda de a cuántas generaciones pertenecieron o en qué bibliotecas reposaron, lo que sí sé es que de alguna u otra manera sirvieron de mucha utilidad para aquellos que los poseyeron.

Para ir entrando al tema de este escrito, quiero resaltar que también tengo libros antiguos, algunos que están cerca de cumplir los dos siglos de impresión, son esos libros que hacen pesada la maleta por sus anchas pastas, por sus hojas gruesas y sus buenos acabados, esos libros que llevan consigo un aroma indescriptible y que hacen de la lectura una experiencia totalmente distinta e incomparable.

Ahora bien, hoy no les quiero hablar de todos esos libros, sino quiero centrarme en uno en especial, un libro no tan antiguo uno que data de 1956, titulado: «Visitas al Santísimo» de San Alfonso María de Ligorio, si bien el libro o la versión que tengo no es tan antigua, cuenta con todas las características descritas en el párrafo anterior, y lo conseguí hace unos dos años aproximadamente donde mi librero de confianza. Cuando lo adquirí me fije en todo pero nunca me había tomado el tiempo en revisar su portada hasta hace poco y es de lo que les vengo a hablar antes de que culmine este mes (mes de los fieles difuntos).

Cuando deslizaba mi mano entre hoja y hoja, de manera inoportuna algo me decía que revisara la primera página del libro, sí, la página en donde la editorial suele colocar el nombre del mismo y ¡Oh grata sorpresa! me encontré con un escrito a mano realizado por su antiguo dueño que dice así: «M. Cochancela propietario» supongo que el dueño del libro y por la temática del mismo era un hombre católico y tuvo el gusto de colocar su nombre para evitar confusiones o que se lo sustrajeran pienso yo, pero eso no fue lo que me sorprendió y me obligó a redactarles esto, lo que me sorprendió era lo que se encontraba un poco más abajo, un texto corto que dice así: «El que coge este librito tenga recuerdo de mi alma cuando yo me muera» firma: «M. Cochancela».

Algo en mí despertó con fuerza, y no podía dejar pasar la oportunidad de compartirlo. Sé que para muchos, las palabras que seguirán podrían parecerles una pérdida de tiempo. Sin embargo, créanme, para mí representan lo contrario. Esas 14 palabras colocadas al inicio de ese compendio dicen mucho reflejan el espíritu católico de quien lo poseyó, un hombre que comprendió que la vida es pasajera, que transcurre rápidamente como las hojas del libro expuestas al viento, llena de dureza como la pasta del libro pero con gran trascendencia como el contenido que alberga en su interior.

Pronto acabé de leer esa frase que el antiguo dueño talló en la primera hoja me dispuse a cumplir con urgencia su sana petición, eleve mis oraciones en honor de aquel hombre, para que Dios se conmueva de aquella alma y la llame a formar parte del ejercito celestial.

Cuando terminé de rezar, me quedé en silencio, dejando que mis pensamientos vagaran y se preguntaran sobre quien fue el antiguo dueño del libro. La respuesta llegó rápido, como un susurro en mi interior: él mismo había dejado su nombre entre las primeras páginas y sin conocerlo se volvió rápidamente en un amigo lejano, pero cercano en convicciones.

Sin perder tiempo, mi mente voló hacia el actual dueño, y la respuesta, igualmente, fue inmediata: soy yo.

Y, en un impulso, la verdadera pregunta es: ¿quién será el futuro dueño de este libro? La respuesta sigue sin llegar, pues solo Dios la conoce. Sin embargo, lo que deseo fervorosamente es que, cuando ese futuro dueño tome el libro entre sus manos, también eleve unas oraciones por mi alma. Pues, al igual que el antiguo dueño, yo también necesitaré de ellas.

Para todos resulta difícil pensar en la muerte, y no debería ser así pues es el destino de todos y sí, también será el suyo afanado lector, por eso el mismo San Alfonso menciona que deberíamos reconocer lo que algún día vamos a ser y cita al Santo Job que dice «Al sepulcro le digo: tú eres mi destino. y a los Gusanos: ustedes serán mis compañeros». (Job. 17,14)

Esto fue algo que el antiguo dueño lo entendió muy bien, y en un simple pero profundo mensaje nos deja una idea que a diario ignoramos.

Culminando la lectura cerré el libro e inundado de pensamientos sobre ese mismo destino al cual todos vamos a llegar, me hice varias preguntas buscando respuestas que tan solo Dios nos puede dar., pero de lo que si estoy completamente seguro es en mantener viva la llama de la oración por los que nos precedieron y por los que nos seguirán. Que, al igual que M. Cochancela, el futuro dueño de este libro también sepa, en su corazón, ofrecer un recuerdo por las almas que, en un momento u otro, fueron tocadas por estas mismas palabras plasmadas al inicio de ese gran libro.

Foto original del libro «Visitas al Santísimo» de San Alfonso de Ligorio, en donde me encontré con tan trascendente frase.

 

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22/11/2024 | Por | Categoría: Ambientes Costumbres, El Chile que supo soñar, Formación Católica
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